Un poco de historia: Agustín de Iturbide, el monarca mexicano



Saber nuestro pasado, estudiar la verdadera historia, desentrañar los sucesos que pasaron... y sí: no creernos lo que nos cuentan por ahí, o están en los programas educativos, que muchas veces están llenos de interés político que tienden a un tipo de ideología. 

Es el deber de todo hombre saber su pasado, e instruirse e instruir a los demás en estas verdades.

En esta ocasión traemos un poco de historia de México de la mano de Luis Arturo Liceaga Ancer, católico e intelectual que brinda una rememoración dedicada a Agustín de Iturbide, primer emperador de México independiente, hombre católico que quiso mantener fieles relaciones con España y la Iglesia. El pasado 27 de septiembre celebramos dicho Bicentenario y vale más que la pena recordar y meditar este suceso histórico.

Arturo es estudiante de Ciencias Políticas y Gobernanza en la Universidad de Monterrey, ha sido reseñista en la Revista Internacional de Derecho Y Ciencias Sociales Nº31.

A continuación su artículo: 



AGUSTÍN DE ITURBIDE, EL MONARCA MEXICANO
Por Arturo Liceaga Ancer


Un 27 de septiembre de 1783 nació el padre de una patria en Valladolid, hoy Morelia. 38 años más tarde, él mismo independizaría esta patria. Su madre batalló tanto en parirlo aquel 1783, que se le colocó sobre ella una capa, reliquia de Fray Diego de Basalenque, ilustre agustino y así de manera milagrosa nació debidamente un Agustín de Iturbide. Estudió hasta sus 15 años en el seminario diocesano. Posteriormente laboró en las tierras de su padre como todo un buen trabajador, algo que viene en la sangre de cada mexicano. En 1808 se integró a la milicia civil en donde él y otros estuvieron esperando un ataque inglés en Xalapa. En 1811, junto a una pequeña compañía realista, derrotó a Morelos en su intento frustrado de capturar Valladolid. El Ejército Trigarante nace en 1821 y sorprende sin cesar en sus batallas, como en la de Córdoba o en la de Azcapotzalco. El 27 de septiembre de 1821 entraba ya el Ejército Trigarante triunfalmente a la Ciudad de México; la Independencia se convertía en una realidad. Esta entrada significaba para muchos el retorno del Imperio Mexica, 300 años después de su caída en 1521.


El sastre José Magdaleno Ocampo entregó a Iturbide el pendón trigarante, la bandera de nuestro México. La confección del sastre resultaría en una bandera de fe y esperanza, y fue con esa bandera que se logró la independencia y que sigue iluminando a México con su fuerza tricolor. El ensueño del coronel se cumplía como profecía. La bandera reconciliaba bandos que se habían estado matando por 11 años. Estos insurgentes y realistas resultaron estar poseídos por la espada de Iturbide y las tres garantías. El blanco significa la religión católica; el verde la esperanza y la independencia; y el rojo la unión. Estas son nada más que las tres virtudes teologales. Integrarlas para este momento histórico fue idea de Iturbide, la que pudo concebir y planear entre 1816 y 1820. Es preciso recordar que ni Allende, Morelos o Hidalgo conocieron el pendón tricolor.


Desde muy temprano en nuestra vida nacional tenemos una distorsión en la historia oficial, que ha enseñado a que todo joven aprenda a odiar y reprochar a Iturbide sin fundamento. Pero he aquí que estamos hablando de una leyenda; de un jinete de la justicia y el jinete de nuestra independencia, la verdadera, la que nos otorgó el siempre valeroso emperador. Particularmente desde los gobiernos posrevolucionarios, su obra ha sido deformada abominablemente. El desprecio de su propio pueblo ha sido lo que le ha costado a esta patria madurar.  Incluso existe una estrofa del himno nacional dedicada en su honor, la que ha sido prohibida. Llega a tanto el desprecio a este Emperador, que incluso las letras de oro que recordaban su nombre en la Cámara de Diputados fueron removidas. Innombrables injurias e insultos a uno de los hombres más grandes de nuestra historia.


Tras ser nombrado Emperador por el Pueblo y Congreso en mayo de 1822, el 31 de octubre de ese mismo año Iturbide se ve forzado a disolver el mismo, pues existía una conspiración en contra del héroe trigarante. Esta conspiración fue alimentada por distintos ejes masónicos domésticos y estadounidenses, que planeaban el asesinato del Emperador. Iturbide prefiere evitar otra guerra entre hermanos. Entonces abdica el trono y se autoexilia a Europa. Él no podía concebir la idea de derramar más sangre en vano. Es importante hacer notar que él tenía todo para mantenerse en el poder. Sufrió persecución de espías y asesinos de la Santa Alianza en Europa. El libertador sufrió esa persecución porque lo consideraban un delincuente, pues él había independizado a México. Ahí se enteró de una conspiración mezquina y subversiva para reconquistar a México.


La Santa Alianza ─Austria, Prusia, y Rusia─ querían reconquistar México a través de Fernando VII. Iturbide, al darse cuenta de esto queda perplejo y enseguida manda una carta a ese Congreso traidor y corrupto. Iturbide se da cuenta de esto en Londres. Ante la amenaza de la Santa Alianza, el Dragón de fierro le ofrece su espada a la patria. En el Café Royale en Londres, tuvo un encuentro con José Francisco de San Martín, liberador de Perú y Argentina. ¿Qué se dijeron? No sabemos, pero podemos especular que ellos planeaban una defensa común de Hispanoamérica. San Martin quizás planeaba ayudar a México. El deshonorable Congreso mexicano tenía miedo del posible retorno de Iturbide. Entonces, sin notificárselo, apostaron a legislar una cobarde ley que trataba a éste como traidor y que, si se atrevía regresar, sufriría fusilamiento.


Iturbide amaba a su patria, por eso se dio su retorno intentando ayudar. Fue capturado en Soto la Marina, Tamaulipas. El pequeño congreso tamaulipeco lo juzgó como traidor y fue sentenciado a muerte. Fue fusilado en Padilla el 19 de julio de 1824. A Iturbide nunca le perdonarán el haber sido Emperador. Este fue su "delito" y “crimen”. La envidia de los republicanos y los liberales siempre ha sido que Iturbide es demasiado grande para ellos y esa misma envidia les impide ver la genialidad de los logros que solamente él pudo culminar en una eufórica independencia. Su astucia, carisma y don de mando es lo que no le pueden perdonar. Lo acusan de traidor, ambicioso y sanguinario. Pero el bravo Adalid no traicionó a nadie. El tener monarca estaba dentro de los Tratados de Córdoba y el Plan de Iguala. Fue el pueblo quien lo escogió para gobernar. Era el héroe que México necesitaba. Él abdica del trono para evitar una guerra civil. ¿Cuántos “ambiciosos” hacen algo así?


Antes de su cobarde asesinato, Iturbide le entregó al sacerdote confesor un reloj y su rosario. A los soldados que estaban a punto de asesinarlo les entregó a cada uno una moneda de oro. Al borde de su muerte, Iturbide, todavía ahí permanecía firme como un caballero, enfrentando con gallardía y una serena templanza su destino, ante el trueno de los fusiles. Su amor por el país que él mismo liberó permaneció inmutable. Seis balas atravesaron su cuerpo, pero él se mantuvo anclado a su ideal fielmente. Todos los latidos de su corazón fueron dedicados incondicionalmente a su patria, la patria tricolor que, como una sinfonía, compuesta por el Ejército Trigarante, seguía tocando melodiosamente en el ser de Iturbide. Esa música retiembla en el corazón de muchos jóvenes de hoy que han encendido su fuego. No se han creído los cuentos de los libros de texto oficiales y su historia masónica. A pesar de que su olvido sea el acto más cobarde en la historia de México, él no dudaba que su sangre derramada sería la semilla para el crecimiento de una nación. Su único crimen fue proclamar en sí mismo la fe en la vida.


Finalmente, sus restos permanecieron en Villa de Padilla, Tamaulipas, hasta que 14 años después el general Anastasio Bustamante, atormentado por la muerte de su amigo, ordenó que los restos del emperador fueran trasladados a la capital del país. El 25 de septiembre de 1838 sus restos llegaron a la Ciudad de México. Fueron recibidos con tres cañonazos y el dulce sonido de campanas. Temporalmente sus restos se colocaron en el Convento de San Francisco, pero posteriormente serían trasladados a la Capilla de San Felipe de Jesús en la Catedral Metropolitana, con un pequeño monumento que guarda sus cenizas. En 1853, Bustamante pidió que su corazón se colocara en donde reposan los huesos de su amigo Iturbide, quizás como un gesto y símbolo de lealtad a la historia de un hombre que él no pudo olvidar.


El día de hoy, a 200 años de la consumación de la independencia de México, pocos gritarán su nombre. No se gritará el nombre de nuestro libertador. Pero, eso sí, se gritarán, como todos los años, los de Allende, Hidalgo y Guerrero. Hoy se cumplen 200 años de la victoria que vio el nacimiento de México como un país independiente. Este México no nació como República, sino como un Imperio, tan corto como haya sido. Hoy será atacado y menospreciado Iturbide, pero a pesar de un millón de engaños e insultos retorcidos, su genio jamás será olvidado. Resurgirá algún día del barro con que han querido mancharle, porque la grandeza es inmortal. Una pequeña chispa de esperanza y todos los milagros de justicia son posibles. Por todo México, estos fuegos, aún débiles, brillan ya. De ahí renacerá de nuevo el imperio del gran genio que fue Agustín de Iturbide. Una silenciosa multitud de jóvenes se ha identificado maravillosamente con el sello de las tres garantías. Este tipo de figuras históricas no nacen todos los días. Para los grandes hombres, el tiempo no cuenta. 200 años no son más que un mero lapso histórico. En mil años, y hasta el fin de los tiempos, Iturbide El Grande continuará vivo.


A pesar de que no existan tantas poblaciones, monumentos, ni calles en su honor, Iturbide ha creado un monumento en nuestros corazones. Iturbide no solamente es el padre de la patria: él es nuestro libertador, nuestro capitán. Él fue nuestro impetuoso guerrero del Anáhuac. Hoy recordamos su espada de gloria deslumbrando desde Valladolid, porque él no fue ningún traidor. Él fue nuestro monarca mexicano.


Para contactar al autor de este artículo, a través del correo electrónico: luis.liceaga@dynamyka.com 



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