«Suplo en mi carne —dice el apóstol Pablo, indicando el valor salvífico del sufrimiento— lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1, 24). Y sé que hemos tratado mucho este tema, pero es que ¿a caso queda corto hablar del sufrimiento y la cruz en tiempos como estos? Y es que la verdad ahí afuera hay mucho sufrimiento. ¡Mucho!
Ya hemos dicho porque hay sufrimiento en el mundo. San Juan Pablo II decía que los hombres sufre a causa del mal... Ese mal que fue consecuencia del pecado, de decirle a Dios que «NO». El cristiano ha transformado el sufrir en algo que vale y que se puede ofrecer a Dios. Porque Dios, que siempre hace todo bueno, puede sacar de la cruz mucha gloria, como lo hizo ya para redimirnos junto con la Virgen al pie de la cruz.
San Juan Pablo II, en su Carta Apostólica, Salvifici Doloris, nos dice
«El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. Una cierta idea de este problema nos viene de la distinción entre sufrimiento físico y sufrimiento moral. Esta distinción toma como fundamento la doble dimensión del ser humano, e indica el elemento corporal y espiritual como el inmediato o directo sujeto del sufrimiento. Aunque se puedan usar como sinónimos, hasta un cierto punto, las palabras "sufrimiento" y "dolor", el sufrimiento físico se da cuando de cualquier manera "duele el cuerpo", mientras que el sufrimiento moral es "dolor del alma". Se trata, en efecto, del dolor de tipo espiritual, y no sólo de la dimensión "psíquica" del dolor que acompaña tanto el sufrimiento moral como el físico. La extensión y la multiformidad del sufrimiento moral no son ciertamente menores que las del físico; pero a la vez aquél aparece como menos identificado y menos alcanzable por la terapéutica...»
San Juan Pablo II, además de ser una gran Papa, gran Hombre y Padre de todos, era un gran filósofo. Y nos hacia reflexionar: «¿Por qué el mal en el mundo? Cuando ponemos la pregunta de esta manera, hacemos siempre, al menos en cierta medida, una pregunta también sobre el sufrimiento. Ambas preguntas son difíciles cuando las hace el hombre al hombre, los hombres a los hombres, como también cuando el hombre las hace a Dios. En efecto, el hombre no hace esta pregunta al mundo, aunque muchas veces el sufrimiento provenga de él, sino que la hace a Dios como Creador y Señor del mundo.»
Es nuestro deber saber sufrir, pero sobre todo entender, orar y compenetrarnos con los que sufren.
¿Qué hago yo con los sufren? ¿Cómo los ayudo? ¿Si no puedo ayudarlos física o materialmente, hago lo más importante: orar por el que sufre?
Hombre Católico
Referencias:
San Juan Pablo II (1984) Salvifici Doloris, Roma. Extraído del sitio:
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