¡Cuánta necesidad de la confesión! ¿Qué seríamos los cristianos sin ella? Es tan bueno el Señor que nos perdona «hasta setenta veces siete» (Mt 18, 22), esto quiere decir hasta infinitas veces. «Así ama el Amor cuando ama» (Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia).
En el Catecismo de la Iglesia Católica podemos ver la definición claramente: «Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones» (Catecismo 1422). Es decir, tan grande ha sido el amor de Dios para con nosotros que algo que solamente Él puede hacer, como es perdonar los pecados, lo ha dejado en el Seno de la Iglesia; para que ésta amorosamente con corazón de Madre reparta estos dones infinitos de Dios para todos. Y cito nuevamente a la Madre Trinidad: «¡Así ama el Amor cuando ama!».
Y por eso con esta confianza tenemos que acercarnos a este sacramento, y a los demás por supuesto, siempre que lo necesitemos.
Nuestro mayor enemigo es la inconsciencia; nos relajamos, nos dormimos, y perdemos de vista nuestro principal objetivo.
Cuando una hombre ama a una mujer, está desando hacer algo noble por ella aunque le cueste, incluso cuánto más le cueste el sacrificio mejor. Porque así demuestra más amor. Podemos medir nuestro amor a Dios, que la mayoría de las veces es tan raquítico, fijándonos si buscamos sacrificarnos por Él. Negarnos nosotros mismos para darle más a Él.
Si ahora nos preguntaran si amamos a Dios todos diríamos que sí, porque yo creo que así es. Pero eso hay que probarlo día a día, y exige esfuerzo, exige entrega, ¡hay que demostrarlo! Muchas veces tendremos que hacer cosas que aunque nos cuesten hay que hacerlas, porque eso agrada a Dios. Por ejemplo, pasar mínimo, todos los días, y especialmente este tiempo de Cuaresma, treinta minutos con Jesús en el Sagrario, eso es oración. Acompañarlo si quiera media hora. ¡Qué contento se podría Jesús!
La penitencia nos libera de nuestros caprichos, de nuestros gustos, de nuestras apetencias. Nos libera de ese «yo veo, yo quiero, a mí me parece...» para que sea «Jesús ve, Jesús quiere, a Él le parece...» y así nos podamos llenar más de Dios.
Una vez abiertos a recibirle con el alma limpia, y por medio de nuestros pequeños sacrificios, y quitar los estrobos de en medio, entra en juega la oración. Eso que decíamos antes. Ahí, a la oración, es donde tenemos que acudir para que Dios nos llene de vida, de su luz, de su gracia. Aunque ahí es donde tenemos que ir, no tanto a recibir, sino a dar todo nuestro amor y consuelo a Jesús en su pasión y muerte.
¡Viva Cristo Rey!
Catecismo de la iglesia católica. 2do. ed. Vaticano: Librería Editrice Vaticana, 2011. Reemplaza "2011" con el año de la edición en que fue publicada y "2do." con el número de edición de tu copia.
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