INVITADOS A LA BODA

   ¿Cuántas veces nos han invitado a algún evento o celebración importante? ¿Recuerdas cómo te has esmerado y ocupado en buscar el mejor traje, la mejor corbata, la mejor elección en todo, podríamos decir. Cuando alguien nos invita a un evento que sabemos que será muy importante y elegante, es esencial vestir lo mejor que podamos. Y si así no lo haces, creo que deberías hacerlo. Ahora te digo el porqué. 

   
Para entender mejor este tema es mejor irnos al Evangelio,  y específicamente a la parábola de los invitados a la boda, donde el Señor compara dicha boda con el Cielo. La boda en la parábola es lo mismo que decir «UNIÓN»:

   «Y Jesús se puso a hablar de nuevo en parábolas diciendo: "Semejante es el reino de los cielos a un rey, que celebró las bodas de su hijo. Mandó a sus siervos a llamar a los invitados a las bodas y no quisieron venir. Mandó de nuevo a otros siervos, diciendo: "Decid a los invitados: Mi banquete está preparado, mis becerros y cebones matados, todo está dispuesto; venid a las bodas". » (Mt 22, 1-4).

   Sabemos muy bien que por el pecado el hombre estaba apartado de Dios. Pero Dios, que es más bueno y su misericordia no tiene fin, quiere volver a unir al hombre con Él. Para ello, el Padre, movido por el Espíritu Santo, envía a su Hijo a la tierra. ¡Qué designio tan inimaginable de Dios para con el hombre! El Verbo, al hacerse hombre, une a todos los hombres con Dios. Nos une con aquél que habíamos perdido por consecuencia del pecado, y ya el hombre puede volver a gozar de Eternidad. 

«Id, pues, a las encrucijadas de los caminos y a cuantos encontrareis convidadlos a la boda» (Mt 22, 9)

   La Iglesia es el banquete de bodas donde se realiza y se perpetúa esta unión. En la Iglesia, todo está realizado.  En ella se nos sirve las abundancias de la vida de Dios. Todo el hambre de felicidad, de amor, de verdad, de vida, de paz... que el hombre tiene, lo saciará en la Iglesia. Pues en ella está depositado todos los tesoros de Dios por la Sangre de Cristo, siendo Él su Real Cabeza. 



«Mas ellos no hicieron caso y se fueron quién a su campo y quién a su negocio; los demás se apoderaron de los siervos, los maltrataron y los mataron» (Mt 22, 5-6)

Los primeros llamados, los judíos, se quedaron fuera, pero todos estamos invitados a este banquete, es decir, a formar parte de la gran familia de Dios que es la Iglesia, y saciarnos a vivir de su vida. 

¿Quién entra al banquete de bodas? ¿Puedo entrar yo? ¿Qué debo hacer?

Estas preguntas son para hacernos cada uno en un buen examen de conciencia, cada día. De alguna u otra manera. Pero tenemos que cuestionarnos. Que la vida se va en un abrir y cerrar de ojos. Que nuestro destino no está en este suelo, sino que estamos llamados a vivir de Dios para siempre. Pero para eso tenemos que aceptar la invitación de bodas, preparamos día a día en el gozo de sabernos hijos de Dios, y ¡a por ello! 

   Seamos valientes, y digamos a la Voluntad de Dios ¡que sí! A todo ¡que sí, Señor! ¡lo que tú quieras! ¡cómo lo quieras y cuándo lo quieras! ÉSTE, Y NO OTRO, ES EL SECRETO DE LA FELICIDAD. Así que a ir preparando nuestro traje de bodas espiritual, porque el Rey nos invita cada día, y de manera especial, cada día, en la Eucaristía.

¡VIVA CRISTO REY!


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