LECTURA Y LIBROS

   Hoy en día se habla mucho de sobresalir, de ser mejor que los demás, de luchar para destacar... Y es verdad que tenemos que buscar lo mejor y tratar de tener el mejor éxito en la vida. Pero muchas veces, como en muchos otros aspectos de la vida, nos vamos por las ramas. Y es que en estos tiempos por todas partes nos bombardean de este tema, ya sea en redes sociales como en la universidad, entre amigos o en el trabajo. Pero ¿qué tanta razón tienen ellos sobre este tema?

   Recordemos que estamos en la época de los «pseudointelectuales», donde todos creen saber de todo y donde es lícito saber de todo. Recordemos que la moral cristiana [cuando usamos el nombre «cristiano» nos referimos al nombre «católico», como es debido] nos invita al conocimiento de la verdad que desde siempre ha sido precursora, pues fue en el seno de la Iglesia que se dieron las primeras universidades, y a sido siempre la Iglesia la que ha velado por instruir hasta el último hombre del pueblo. El saber en sí no es malo, el problema está en que muchas veces este «saber» es un saber tan superficial y tan hueco como pozo seco. Dios mismo es el Saber por esencia y en Él se llenan todas las apetencias del conocimiento. 

   En esta época de «estar informados», es necesario que nos informemos de lo estrictamente necesario para el bien de nuestra persona y de los demás. Y siempre ha de hacerse con la mayor sencillez y desapego de uno mismo. 

Beato Anacleto González Flores, Cristiada 2012
   Lo que leamos eso seremos. Lo que veamos eso seremos, en eso nos convertiremos. Así que no caigamos en la mentira de «lee todo lo que caiga en tus manos» porque justo eso es lo que serás.

   Recuerdo muy bien que un hombre muy sabio me contó lo que sucedió a su primo. Ese hombre, llamado Luis R., preocupado por el bien de mi formación me narró lo que sucedió en su infancia:   Siendo niño, de familia profundamente cristiana y bien letrada e instruida; visitó a su tía, la cual tenía un hijo, ambos eran muy buenos. El hijo, primo de Luis y de la misma edad, tenían la misma formación y moral de buena familia ejemplar.  Y sucedió que visitando a su tía, el padre de Luis, un hombre de gran sabiduría y conocimientos, observó la biblioteca de su hermana y miró detenidamente todo lo que leía su hijo. Percatado de que había libros de autores que enseñan la inmoralidad, el alejarse de Dios como norma, o que imprimen en sus letras el claro odio a la fe y a todo lo que es cristiano; advirtió a su hermana de la clase de libros que su hijo leía: 
   —Deberías cuidar lo que lee tu hijo. Esto puedo hacer que se confunda, pues aún está en formación. Tú sabes bien nos convertimos en lo que leemos—. 
   —No hay nada de que preocuparse— decía su hermana con desdén, —mi hijo es un muchacho bastante preparado y formado, él puede leer de todo y estoy segura de que permanecerá firme en la fe. No hay que temer. Es importante saber de todo a profundidad—.
   En los próximos años Luis R. se encontraría con un primo escéptico, declarado agnóstico y que no creía en la Iglesia. Todos su conocimientos se consolidaban en filósofos de la rama de Rousseau o Nietzsche.
   —Es imposible tener experiencia de Dios, puesto que es una idea creada por el hombre mismo— decía; y toda su postura se encontraba volcada en esta corriente. 

   Esta historia Luis R. me la contaba sobretodo advirtiéndome de las redes sociales; pero al mismo tiempo hacía referencia a la televisión y a los libros. 

  Debo decir que Luis R. es un gran lector y letrado en todos los aspectos. Domina bastantes ciencias de manera teórica y práctica. Pero al mismo tiempo es el hombre más sencillo que conozco y un gran líder. Su ejemplaridad despertó en mí un gran espíritu por la lectura, pero «SELECTO» en mis libros y autores.

   Con esto no quiero decir que no hay que saber quién fue Rousseau y Nietzsche, o qué es el positivismo de Comte o el psicoanálisis de Freud. Es importante saberlo. Es importante conocerlos. Muchas veces ellos tendrán verdades y conocimientos que son necesarios; y han contribuido a avances en la ciencia que no han logrado otros. Pero tengamos cuidado de cómo y porqué los leemos. Y qué grado de lectura tenemos de estos temas. Es bueno tener un conocimiento general de ellos. Pero otra cosa es profundizar y no confrontar con otros autores de vida ejemplar estos temas.

San Agustín de Hipona, doctor de la Iglesia y patrón de los que buscan a Dios
   Nuestra sed de conocimiento siempre estará ahí incrustado en nuestro ser, pues hemos sido creados para saber. Pero como decía San Agustín: «QUIA FECISTI NOS AD TE ET INQUIETUM EST COR NOSTRUM, DONEC REQUIESCAT IN TE» (nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti).

   Leamos cosas que nos edifiquen y edifiquen a los demás. Leamos libros que nos lleven a Dios. Y esto quiere decir que leamos libros de ciencia, libros de historia, libros empíricos, etc; porque la razón y la fe van de la mano. Pues «la fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar también la plena verdad sobre sí mismo» (Juan Pablo II, Carta encíclica. Fides et ratio. 14 de septiembre. 1998). Pero tengamos el equilibro de leer también libros para el espíritu [del Magisterio de la Iglesia, de oración, de fe]. Y que así nuestro amor a la lectura se vea reflejado en que somos hijos de Dios aún en medio del mundo. Y así demos mucha gloria a Dios, nuestro fin, nuestra felicidad última.

   ¡Viva Cristo Rey!

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