LA CONFESIÓN DE SAN PEDRO

   Al celebrarse el 29 de junio a los santos apóstoles San Pedro y San Pablo, podemos ahondarnos en la persona del Santo Padre y el amor profundo e incondicional que hay que tener al sucesor de San Pedro, hoy el Papa Francisco.


   Es fascinante y emotivo ver la vida de estos dos grandes santos y pilares de la Iglesia. Por una parte tenemos a San Pedro, a quién el Señor hizo de él la piedra y fundamento de su Iglesia, y por otra parte a San Pablo, el gran apóstol que llegó a todo el mundo conocido de entonces para llevarles la vida que Cristo nos había dado para hacernos hijos de Dios por siempre. Pero en esta ocasión hablaremos de San Pedro y el Papa. En tiempos donde la Iglesia es atacada en la misma persona del Papa, y donde pareciese que «la barca se sacude» por una tormenta que quisiera hundirla si fuese posible, es muy importante saber desde el corazón y con fe la importancia del Papa, la Piedra de la Iglesia.

   Y nos vamos a esa parte del evangelio donde San Pedro proclama quién es Jesús, porque se lo ha revelado el Padre:

 «Él les dijo: "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?" Tomando la palabra Simón, dijo: "Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo". Jesús le respondió: "Bienaventurado, eres, Simón, hijo de Juan, porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos"...» (Mt 16, 15-17)

  Es hermoso ver aquí cómo San Pedro, inmediatamente toma la palabra antes que nadie y proclama a Jesús como Dios, como el Cristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Humanamente saberlo hubiese sido imposible, por eso Jesús le dice que la carne ni la sangre se lo ha revelado, sino el mismo Dios.


   El Señor le cambia el nombre para significar lo que Pedro será en la Iglesia: fundamento y garantía de la fe y la unidad. Y nos da la seguridad de que el infierno jamás podrá prevalecer sobre la Iglesia.

«Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 18)

   Inmediatamente le da las «llaves del Reino». Y esto nos desborda todavía más. Pareciese que el Señor no deja de dársenos con infinito amor. Pues con el símbolo de las llaves le da todos los poderes en la Iglesia.

«Te daré las llaves del reino de los cielos y lo que atares en la tierra será atado en los cielos y lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos» (Mt 16, 19)

   Pero San Pedro no estará solo. Proclamará a Cristo sin equivocarse porque el Espíritu Santo le asistirá espiritualmente. Ésta es la infalibilidad del Papa [Catecismo 888-892] que luego hablaremos más profundamente sobre el tema. Por ahora quedémonos saboreando este gran misterio. Dios que se nos da y perpetúa, nuevamente, a través de la persona de Pedro y sus Sucesores. 

   Por eso amamos tanto al Papa. Porque todo lo que hemos dicho se actualiza en cada Papa. En cada uno de ellos se perpetuará la unidad de la Iglesia, en cada uno de ellos siempre estará la unidad de los cristianos, en él se da la unión de Cristo. Pero ¿por qué? Sencillamente porque Dios así lo ha querido. Como todos los demás misterios (la Encarnación, la Virgen, la Eucaristía, etc.), Dios pudo haber hecho todo de otra manera, pero lo ha querido así, y «Dios todo lo hace bien», todo. Aunque nosotros, hombres débiles y torcidos por el pecado, se nos oscurezca la vista y la vida de fe no la vivamos como debemos. Pero Dios lo hace todo bien, y ha querido perpetuarse en la Iglesia, y para eso su PIEDRA es el PAPA. Y por eso, no importa quién, ni de que nación o color de su piel, ni qué lengua hable... al sucesor de San Pedro siempre hay que amarlo, rezar por él, defenderlo, dar la vida si fuese necesario.


   Al Papa siempre hay que amarlo, no me casaré de decirlo, y más en estos tiempos donde pareciese que todo es crítica, desamor y odio, y esto no sólo contra el Santo Padre, porque el que no ama al sucesor de Pedro, no ama a Dios. Así de fácil. Es verdad, que el demonio odia con todo estos grandes misterios, odia a Cristo, a su Iglesia, y obviamente también al Papa. Porque el Señor mismo lo dijo. Y ¿cuántas veces no vemos al Papa siendo atacado y poco amado hasta por los mismos miembros de la Iglesia? Hay que rezar mucho por el Santo Padre, siempre. Pedirle al Señor que le siga dando su luz y fuerza y que todos los cristianos «seamos un solo rebaño, bajo un sólo pastor».

   La Iglesia nunca será destruida. Nunca. ¡Qué grande es ser Iglesia! ¡Qué grande es ser hijo de Dios! La Iglesia no será destruida, porque en ella mora Dios y «el poder del infierno no la derrotará».

   Que la Virgen María, Nuestra Señora, bendiga e interceda por el Papa Francisco, nuestro Papa querido.

¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Iglesia! ¡Viva el Papa!

Hombre Católico
 

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